sábado, 3 de abril de 2010

Tragedia (casi) griega


Tras la irresistible premisa de un homicidio cometido en una aristocrática universidad de Nueva Inglaterra por un grupo de estudiantes de filología griega, encontramos un libro irregular. 'The Secret History', la primera novela de Donna Tartt, publicada en español como 'El secreto' por Plaza & Janés, atrapa a través de la creación de un escenario fascinante: una universidad que es, junto a los melancólicos paisajes de Vermont que la rodean (y que Tartt describe a la perfección), un personaje en sí misma; un profesor misterioso que sólo acepta enseñar a seis alumnos, quienes, además, deben renunciar a sus clases con cualquier otro docente; un grupo cerrado cuya apariencia sofisticada y 'cool' atrae al narrador, desesperado por formar parte de ese exclusivo núcleo; la pasión de los protagonistas por la literatura e historia de la Grecia antigua, que los llevará a intentar revivir antiguos rituales dionisíacos, con consecuencias nefastas para todos.

Dicho esto, la novela falla a varios niveles. Uno de ellos es el tratamiento insatisfactorio de Julian, el profesor: la autora pretende que creamos en su magnetismo, en la veneración que inspira a sus alumnos (para los que se convierte en una figura casi sobrehumana), en base a muy pocos elementos. También pretende, a la inversa, que comprendamos el interés del profesor en un grupo de jóvenes cuya ocupación principal es consumir fármacos y whisky, y que no siempre traen sus deberes hechos. Uno de estos jóvenes, Bunny, parece tener además serias dificultades de aprendizaje. ¿Por qué un profesor tan elitista y exigente los elegiría precisamente a ellos? Tartt no lo explica.
Tampoco ahonda en los detalles del viejo ritual báquico revivido por los estudiantes, y que opera como eje y desencadenante de todo el horror que contiene esta narración. Esta omisión, agravada por insinuaciones y alusiones vagas, resulta en una de las mayores carencias de 'The Secret History' --- especialmente por oposición a la exhaustividad con la que se enumeran los festines, borracheras y consumo de drogas de los protagonistas, que terminan por volverse reiterativos.
Otro elemento irritante es la ocasional incursión en clichés: los mellizos unidos por un vínculo que trasciende lo fraternal son un ejemplo.
Finalmente, desasosiega la ambigüedad temporal de la novela: ¿en qué época estamos? Las formas de hablar, de vestir, etc. que se describen parecerían apuntar a los años '50, pero de pronto leemos sobre la llegada del Hombre a la Luna (que, inverosímilmente, algunos de los personajes ignoran), sobre televisores, y finalmente sobre compact-discs... ¿estaremos en los '90? Esta incertidumbre acerca de las coordenadas temporales del libro, tal vez deliberada, es mencionada en muchas reseñas y también contribuye a la insatisfacción que éste genera en muchos puntos.
Una narración a la que, se ha dicho, le sobran alrededor de 200 páginas, y que fracasa en muchos aspectos; también, y a pesar de esto, una lectura absorbente, con connotaciones siniestras, que deja planteadas muchas preguntas sobre la naturaleza del mal.

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