
A quién no le gusta, en una tarde de lluvia, arroparse en el sofá del living (o, en mi caso, de la buhardilla) con una novela lacrimógena... Y si, además de lacrimógena, es muy entretenida (¡rara combinación!), llena de personajes tan vívidamente delineados que a uno le parece estar frente a ellos, y de diálogos no por improbables menos interesantes, mejor que mejor. Benito Pérez Galdós (1843 - 1920) tiene más de una similitud con Thomas Hardy: uno y otro fueron grandes expositores del naturalismo a uno y otro lado del Canal de la Mancha.
Marianela es uno de esos personajes infelices que los clásicos nos traen constantemente. Como Cosette, es hija de una prostituta y vive de la caridad de una familia ajena. Y si, a diferencia de la otra, no es abiertamente maltratada, tampoco recibe ninguna ternura. Completamente desprovista de educación, no sólo académica sino también moral y/o religiosa, llena con su imaginación todos los baches y vacíos que el mundo a su alrededor le presenta. Galdós la pinta como una especie de niña-mujer, tan fea como frágil, pero dueña sin embargo de una férrea voluntad.

Pablo, que adora a su amiga Marianela y la ve con los ojos de la mente, hace planes para casarse con ella en un futuro, y la lazarillo se atreve a dejarse llevar por esos sueños optimistas. Las cosas se complican cuando llega al pueblo Teodoro Golfín, 'self-made man' y médico, un personaje vivaz y bondadoso por cuya boca se expresan muchas de las opiniones personales del autor. Golfín es oftalmólogo y está dispuesto a intentar devolverle la vista a Pablo, cosa que, si llegara a suceder, podría tener enormes consecuencias no sólo para el beneficiado sino para su pequeña acompañante, Marianela.
En fin, una novela colorida, buen retrato del momento histórico en el que se desarrolla, y también de un autor que no perdona a la sociedad mezquina y retrógrada de su época.
Es una lástima que Marianela estuviera tan obsesionada con Pablo. Con esa irremediable predisposición a la desgracia, era la novia ideal para Jude el Oscuro.
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