miércoles, 3 de julio de 2013
Dejar una capa de piel
En 'Waiting for Bluebeard' ('Esperando a Barba Azul'), el muy hermoso último libro de Helen Ivory, hay una niña que transita por una infancia llena de señales y hay una mujer (o niña-mujer) que brega por no deshilvanarse, por no volverse transparente, en los pasillos de una casa tomada por las sombras. Las personas rompen una cáscara para nacer, o son cosidas como muñecas de trapo. Es posible también desquiciar costillas y desabotonar vértebras; pero aún las transiciones más fluidas son, por definición, dolorosas. Para cruzar el umbral de Barba Azul, se debe pagar el tributo de una capa de piel. No hay peaje de regreso. No hay, de hecho, regreso, aunque la mujer se asome a puertas y ventanas o revisite su niñez; aunque indague la oscuridad con la persistencia y la ingenuidad de quien no alcanza a descifrar los muchos matices del espanto circundante.
domingo, 10 de octubre de 2010
La pila junto a mi mesa de luz

Uno ya empezado: Un banderín más en el equipaje, la crónica (¿real o ficticia?) de una cacería trasnacional de banderines de fútbol, en escenarios tan dispares como Ámsterdam y La Habana.

Hace tiempo que tengo ganas de leer narrativa distópica. La última fue, si no me equivoco, Nunca me abandones, de Ishiguro. Por eso me interesa Fabril, la novela con la que Horacio Cavallo ganó los Fondos Concursables en el 2009. Las dedicatorias son a menudo lo primero que miro en un libro, y la de éste me intriga: el legendario Ned Ludd y sus colegas destructores de telares, así como los ex compañeros de trabajo del autor en distintas empresas y “los explotados de siempre”. Todo apunta a una anti-utopía industrial, y, si las obras anteriores de Horacio sirven como indicio, probablemente tengamos acá una buena lectura.
Éste me sedujo con el título. Que las cosas fabriquen sus finales es un delgado volumen de poesía, con una tapa muy linda, que, abierto al azar, entrega estas líneas: “La aguja del rosal, la de la cerda, la de coser calceta, / la del pino / la aguja del pajar (…) un pequeño sostén, / una amatista en líquidos, canelas y tabacos // las agujas, tus álamos / piedralma la sombría y transparente / diente roto”. Me esperan sin duda otros hallazgos. Vuelvo a creer en mi serendipia.

La tapa de mi nueva edición de los Complete Poems de Andrew Marvell luce la imagen inmortalizada (risible para nuestros tiempos) del Jardinero Real de Carlos II de Inglaterra, el aptamente llamado Mr. Rose, entregando a Su Majestad el primer ananá cultivado en suelo inglés. Detrás del ansioso jardinero arrodillado se extiende un impactante jardín formal, con una de las suntuosas residencias del monarca como fondo. La compleja riqueza del paisaje, lleno de ocultos significantes, es una válida representación de la intensidad de Marvell, el hombre que intentó convencer a su amada de que se le entregara advirtiéndole que, de lo contrario, “los gusanos [probarían] / esa largamente preservada virginidad”.
“Quisiera ver lo que verán los que vivan cuando Montevideo tenga un millón de habitantes”, dicen que dijo el poeta Zorrilla de San Martín. Y, a la inversa, la visión de los que nos precedieron siempre resulta fascinante. En 1888, Edward Bellamy trató de imaginar cómo sería Estados Unidos en el año 2000. En Looking Backward 2000 – 1887, un aristócrata del Boston de fines del s. XIX entra en un sueño hipnótico y despierta en nuestra época. Será mi primera incursión en la ciencia ficción desde que leí unos cuentos de J. G. Ballard hace ya un par de años.
El último libro en la pila es el mío. Mío en el sentido de escrito por mí. Me gusta, cada tanto, releer mis propios libros. Por qué los poetas ingleses quieren morir en Italia, una colección de microtextos (poesía y prosa),ya se encuentra en La Licorne, La Lupa, Pasionaria y varias otras librerías de Montevideo. Obviamente, no me corresponde a mí reseñarlo. Por eso, simplemente constato su presencia en la pila.
La pila en ficha
• Un banderín más en el equipaje, de Martín Sica (Estuario, 2010)
• Fabril, de Horacio Cavallo (Trilce, 2010)
• Que las cosas fabriquen sus finales, de María Gravina (Estuario, 2010)
• Selected Letters (cartas escogidas), de Jane Austen (Oxford World’s Classics, 2004)
• The Complete Poems (poesía completa), de Andrew Marvell (Penguin Classics, 1996)
• Looking Backward [mirando hacia atrás] 2000 – 1887, de Edward Bellamy (Oxford World’s Classics, 2007)
• Por qué los poetas ingleses quieren morir en Italia, de Laura Chalar (En el aura del sauce, 2010)
martes, 28 de septiembre de 2010
Una carta desde Venecia
En agosto de 1818, recién llegado a Venecia, el poeta Shelley le escribe a su esposa Mary, que se ha quedado en Bagni di Lucca con los hijitos de ambos.

A la SEÑORA SHELLEY (BAGNI DI LUCCA).
Venecia, domingo por la mañana.
MI QUERIDA MARY,
Llegamos aquí anoche a las 12, y ahora es el momento antes del desayuno de la mañana siguiente. Por supuesto, no puedo decirte nada del futuro; y, aunque no cerraré esta carta hasta que sea la hora de enviar correo, no sé exactamente cuándo será eso. Pero, si estás muy impaciente, mira a lo largo de esta carta y verás otra fecha, en la que tal vez tenga algo para contar.
Vine aquí desde Padua en góndola, y el gondolero, entre otras cosas y sin que yo hubiera dicho nada, empezó a hablar de Lord Byron. Dijo que era un giovinotto inglese, con un nome stravagante, que vivía muy lujosamente y gastaba grandes sumas de dinero. Este hombre, según parece, fue uno de los gondoleros de Lord B. En cuanto llegamos a la posada, el mozo empezó a hablar de él—dijo que iba muy seguido a las conversazioni [tertulias] de la señora H.
Nuestro viaje de Florencia a Padua no tuvo nada que no te pueda contar en otra ocasión. En Padua, como te dije, tomamos una góndola—y salimos a las 3. Estas góndolas son los botes más hermosos y prácticos del mundo. Están bellamente alfombradas y amuebladas en negro, y pintadas de negro. Los asientos en los que uno se recuesta son extraordinariamente suaves, y tan bien hechos que son lo más cómodo para recostarse o sentarse. Las ventanas pueden tener, a gusto de cada uno, láminas de vidrio floreado venecianas, persianas venecianas o persianas de tela negra para tapar la vista. El tiempo aquí está muy frío—de hecho, a veces es cruel, y ayer empezó a llover. Cruzamos la laguna en mitad de la noche en una violentísima tormenta de viento, lluvia y relámpagos. Fue muy curioso observar los elementos en tan tremenda convulsión, y la superficie del agua casi calma; porque estas lagunas, aunque tienen un diámetro de cinco millas, espacio suficiente para hundir una góndola en una tormenta, son tan poco profundas que los barqueros las impulsan con una pértiga. El agua de mar, furiosamente agitada por el viento, brillaba con destellos estrellados. Venecia, por momentos oculta y luego revelada por la lluvia torrencial, brillaba opacamente con sus luces. En todo momento estuvimos seguros y cómodos. Bueno, adiós, mi querida: como dice la señorita Byron, retomaré la pluma por la noche.
Domingo de madrugada, 5 de la mañana.
Bueno, intentaré contarte todo en orden.
A las tres, fui a visitar a Lord Byron: quedó encantado de verme.
Me llevó en su góndola a través de la laguna a una larga isla arenosa, que defiende a Venecia del Adriático. Cuando desembarcamos, encontramos sus caballos esperándonos, y cabalgamos a lo largo de las arenas del mar, hablando. Nuestra conversación consistió en historias de sus sentimientos heridos, preguntas sobre mis asuntos y grandes expresiones de su amistad y aprecio hacia mí. Dijo que si él hubiera estado en Inglaterra al tiempo del juicio [por el cual se le quitó a Shelley la patria potestad sobre los hijos de su primer matrimonio], habría movido cielo y tierra para evitar tal decisión. Hablamos de temas literarios, de su Cuarto Canto [de “La peregrinación de Childe Harold”, poema narrativo de Byron], que, según dice, es muy bueno, y de hecho me repitió algunas estrofas de gran energía. Cuando volvimos a su palacio, el cual,
* * * (Aquí la carta está rota.)
Los Hoppner [el cónsul británico en Venecia y su esposa] son la gente más afable que yo haya conocido. Se quieren mucho, y tienen un lindo bebito de siete meses. El Sr. H. pinta maravillosamente, y esta excursión, que acaba de postergar, era una expedición a los Alpes Julianos, en esta zona—para bosquejar, para hacer algo en invierno. Tiene sólo dos semanas de vacaciones, y ha sacrificado dos días de ellas por desconocidos a quienes nunca vio antes. La Sra. H. tiene ojos color avellana y una apariencia dulce.
(Papel roto.)
Bueno, pero el tiempo apremia; ahora voy al banco para enviarte dinero para el viaje, que te giraré al correo de Florencia. Por favor ven inmediatamente a Este, donde esperaré tu llegada con la mayor ansiedad. Puedes empacar en cuanto recibas esta carta, y usar el día siguiente para eso. Al otro día, levántate a las cuatro y ve en coche de postas a Lucca, donde llegarás a las seis. Luego tómate un vetturino [coche de alquiler] a Florencia, para llegar esa misma noche. De Florencia hasta Este hay un viaje de tres días en vetturino—y no creo que puedas hacerlo más rápido en coche de postas. Haz que Paolo [el sirviente] te lleve a posadas buenas, porque nosotros encontramos algunas malísimas, y por favor evita la de Tre Mori en Bolonia, perchè vi sono cose inespressibili nei letti [porque hay cosas que no se pueden ni mencionar en las camas – sin duda chinches o pulgas]. No creo que puedas, pero intenta llegar de Florencia a Bolonia en un día. No tomes el coche de postas, porque no es mucho más rápido y sí muy caro. Me he visto obligado a decidir todo esto sin ti: he tratado de hacer lo mejor – y, mi Mary adorada, debes venir pronto y retarme si he actuado mal, y besarme si he actuado bien—porque te juro que no sé—y sólo el resultado lo demostrará. Al menos nos habremos ahorrado el problema de las presentaciones, y he conocido a una dama que es tan buena, tan hermosa, tan angélicamente dulce, que si fuera igual de sensata, sería una verdadera ***. Sus ojos son como un reflejo de los tuyos. Sus modales son como los tuyos cuando conoces y aprecias a una persona.
¿Sabes, amor, cómo se escribió esta carta? Por trocitos y retazos, interrumpida a cada minuto. Ahora ha llegado la góndola para llevarme al banco. Este es un lugar pequeño, y la casa se encuentra sin dificultad. Contaré cuatro días para estar carta, un día para empacar y cuatro para llegar aquí—y al noveno o décimo día estaremos juntos.
Es muy tarde para el correo—pero mando un expreso para que lo alcance. Adjunto una orden por cincuenta libras. ¡Si supieras todo lo que tuve que hacer!—
Amor querido, que estés bien, que seas feliz, que vengas a mí—confía en tu fiel y afectuoso
P. B. S.
Dale besos de mi parte a mis chiquitos de ojos azules, y no dejes que William me olvide. Clara no se acuerda de mí.
Traducción: Laura Chalar

A la SEÑORA SHELLEY (BAGNI DI LUCCA).
Venecia, domingo por la mañana.
MI QUERIDA MARY,
Llegamos aquí anoche a las 12, y ahora es el momento antes del desayuno de la mañana siguiente. Por supuesto, no puedo decirte nada del futuro; y, aunque no cerraré esta carta hasta que sea la hora de enviar correo, no sé exactamente cuándo será eso. Pero, si estás muy impaciente, mira a lo largo de esta carta y verás otra fecha, en la que tal vez tenga algo para contar.

Nuestro viaje de Florencia a Padua no tuvo nada que no te pueda contar en otra ocasión. En Padua, como te dije, tomamos una góndola—y salimos a las 3. Estas góndolas son los botes más hermosos y prácticos del mundo. Están bellamente alfombradas y amuebladas en negro, y pintadas de negro. Los asientos en los que uno se recuesta son extraordinariamente suaves, y tan bien hechos que son lo más cómodo para recostarse o sentarse. Las ventanas pueden tener, a gusto de cada uno, láminas de vidrio floreado venecianas, persianas venecianas o persianas de tela negra para tapar la vista. El tiempo aquí está muy frío—de hecho, a veces es cruel, y ayer empezó a llover. Cruzamos la laguna en mitad de la noche en una violentísima tormenta de viento, lluvia y relámpagos. Fue muy curioso observar los elementos en tan tremenda convulsión, y la superficie del agua casi calma; porque estas lagunas, aunque tienen un diámetro de cinco millas, espacio suficiente para hundir una góndola en una tormenta, son tan poco profundas que los barqueros las impulsan con una pértiga. El agua de mar, furiosamente agitada por el viento, brillaba con destellos estrellados. Venecia, por momentos oculta y luego revelada por la lluvia torrencial, brillaba opacamente con sus luces. En todo momento estuvimos seguros y cómodos. Bueno, adiós, mi querida: como dice la señorita Byron, retomaré la pluma por la noche.

Domingo de madrugada, 5 de la mañana.
Bueno, intentaré contarte todo en orden.
A las tres, fui a visitar a Lord Byron: quedó encantado de verme.
Me llevó en su góndola a través de la laguna a una larga isla arenosa, que defiende a Venecia del Adriático. Cuando desembarcamos, encontramos sus caballos esperándonos, y cabalgamos a lo largo de las arenas del mar, hablando. Nuestra conversación consistió en historias de sus sentimientos heridos, preguntas sobre mis asuntos y grandes expresiones de su amistad y aprecio hacia mí. Dijo que si él hubiera estado en Inglaterra al tiempo del juicio [por el cual se le quitó a Shelley la patria potestad sobre los hijos de su primer matrimonio], habría movido cielo y tierra para evitar tal decisión. Hablamos de temas literarios, de su Cuarto Canto [de “La peregrinación de Childe Harold”, poema narrativo de Byron], que, según dice, es muy bueno, y de hecho me repitió algunas estrofas de gran energía. Cuando volvimos a su palacio, el cual,
* * * (Aquí la carta está rota.)

Los Hoppner [el cónsul británico en Venecia y su esposa] son la gente más afable que yo haya conocido. Se quieren mucho, y tienen un lindo bebito de siete meses. El Sr. H. pinta maravillosamente, y esta excursión, que acaba de postergar, era una expedición a los Alpes Julianos, en esta zona—para bosquejar, para hacer algo en invierno. Tiene sólo dos semanas de vacaciones, y ha sacrificado dos días de ellas por desconocidos a quienes nunca vio antes. La Sra. H. tiene ojos color avellana y una apariencia dulce.
(Papel roto.)
Bueno, pero el tiempo apremia; ahora voy al banco para enviarte dinero para el viaje, que te giraré al correo de Florencia. Por favor ven inmediatamente a Este, donde esperaré tu llegada con la mayor ansiedad. Puedes empacar en cuanto recibas esta carta, y usar el día siguiente para eso. Al otro día, levántate a las cuatro y ve en coche de postas a Lucca, donde llegarás a las seis. Luego tómate un vetturino [coche de alquiler] a Florencia, para llegar esa misma noche. De Florencia hasta Este hay un viaje de tres días en vetturino—y no creo que puedas hacerlo más rápido en coche de postas. Haz que Paolo [el sirviente] te lleve a posadas buenas, porque nosotros encontramos algunas malísimas, y por favor evita la de Tre Mori en Bolonia, perchè vi sono cose inespressibili nei letti [porque hay cosas que no se pueden ni mencionar en las camas – sin duda chinches o pulgas]. No creo que puedas, pero intenta llegar de Florencia a Bolonia en un día. No tomes el coche de postas, porque no es mucho más rápido y sí muy caro. Me he visto obligado a decidir todo esto sin ti: he tratado de hacer lo mejor – y, mi Mary adorada, debes venir pronto y retarme si he actuado mal, y besarme si he actuado bien—porque te juro que no sé—y sólo el resultado lo demostrará. Al menos nos habremos ahorrado el problema de las presentaciones, y he conocido a una dama que es tan buena, tan hermosa, tan angélicamente dulce, que si fuera igual de sensata, sería una verdadera ***. Sus ojos son como un reflejo de los tuyos. Sus modales son como los tuyos cuando conoces y aprecias a una persona.
¿Sabes, amor, cómo se escribió esta carta? Por trocitos y retazos, interrumpida a cada minuto. Ahora ha llegado la góndola para llevarme al banco. Este es un lugar pequeño, y la casa se encuentra sin dificultad. Contaré cuatro días para estar carta, un día para empacar y cuatro para llegar aquí—y al noveno o décimo día estaremos juntos.
Es muy tarde para el correo—pero mando un expreso para que lo alcance. Adjunto una orden por cincuenta libras. ¡Si supieras todo lo que tuve que hacer!—
Amor querido, que estés bien, que seas feliz, que vengas a mí—confía en tu fiel y afectuoso
P. B. S.
Dale besos de mi parte a mis chiquitos de ojos azules, y no dejes que William me olvide. Clara no se acuerda de mí.
Traducción: Laura Chalar
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sábado, 7 de agosto de 2010
Abuelito dime tú...
Después de ser juzgado y condenado a prisión por 'gross indecency' (indecencia grave o, mejor aun, atentado a la moral pública) en mayo de 1895, Oscar Wilde no volvió a ver a sus hijos, Cyril, de 9 años, y Vyvyan, de 8. Para protegerlos del escándalo, su madre les cambió el apellido por el de Holland, y no permitió un reencuentro con el padre cuando éste salió de la cárcel dos años después. Cyril moriría joven, en la Primera Guerra Mundial, mientras que Vyvyan alcanzó una avanzada edad.
El único hijo de Vyvyan, Merlin Holland, es a su vez el único nieto de Oscar Wilde, y ha asumido el rol de curador y editor de la obra de su abuelo.
Producto de este trabajo de amor y respeto es la selección de cartas de Oscar Wilde titulada 'Oscar Wilde: a Life in Letters', que nos muestra las mejores y peores facetas del irlandés: del lado 'soleado', el ingenio que lo hizo famoso en los círculos de la alta sociedad, la agudeza de su crítica social, el zenit de una inteligencia brillante; en el lado oscuro, su egoísmo e ingratitud para con los pocos amigos que, en el trance más amargo de su vida, siguieron a su lado e intentaron ayudarlo en lo espiritual y en lo económico.
A través de las cartas, seguimos a Wilde desde su adolescencia hasta las puertas de la muerte, que lo alcanzó, destrozado por las humillaciones y las pérdidas, a los 46 años de edad.
Merlin Holland también ha publicado una transcripción de las audiencias del primero de los juicios que sellaron el destino de Wilde. Lo que comenzó como un proceso por difamación contra el padre de su amante, que lo había tildado de 'sodomita', se convirtió rápidamente en un juicio contra el propio Wilde. El promotor del proceso se transformó en acusado, y a las actuaciones por él instigadas contra el Marqués de Queensberry seguirían otras donde él mismo se vería en el banquillo. En 'The Real Trial of Oscar Wilde', el nieto del escritor nos hace entrar de lleno en la sala de audiencias de un tribunal victoriano, donde aun las más privadas acciones de las personas estaban sujetas a la autoridad del magistrado.
Más de cien años después de redactadas, las cartas de Wilde nos traen al escritor en toda su inteligencia y complejidad, y las actas del proceso que inició de modo tan imprudente nos trazan vertiginosamente el trágico arco de su caída.
El único hijo de Vyvyan, Merlin Holland, es a su vez el único nieto de Oscar Wilde, y ha asumido el rol de curador y editor de la obra de su abuelo.

Producto de este trabajo de amor y respeto es la selección de cartas de Oscar Wilde titulada 'Oscar Wilde: a Life in Letters', que nos muestra las mejores y peores facetas del irlandés: del lado 'soleado', el ingenio que lo hizo famoso en los círculos de la alta sociedad, la agudeza de su crítica social, el zenit de una inteligencia brillante; en el lado oscuro, su egoísmo e ingratitud para con los pocos amigos que, en el trance más amargo de su vida, siguieron a su lado e intentaron ayudarlo en lo espiritual y en lo económico.

Merlin Holland también ha publicado una transcripción de las audiencias del primero de los juicios que sellaron el destino de Wilde. Lo que comenzó como un proceso por difamación contra el padre de su amante, que lo había tildado de 'sodomita', se convirtió rápidamente en un juicio contra el propio Wilde. El promotor del proceso se transformó en acusado, y a las actuaciones por él instigadas contra el Marqués de Queensberry seguirían otras donde él mismo se vería en el banquillo. En 'The Real Trial of Oscar Wilde', el nieto del escritor nos hace entrar de lleno en la sala de audiencias de un tribunal victoriano, donde aun las más privadas acciones de las personas estaban sujetas a la autoridad del magistrado.

Más de cien años después de redactadas, las cartas de Wilde nos traen al escritor en toda su inteligencia y complejidad, y las actas del proceso que inició de modo tan imprudente nos trazan vertiginosamente el trágico arco de su caída.
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viernes, 30 de abril de 2010
Lo esencial es lo visible a los ojos

La vuelta de las vacaciones era de más de 1200 kilómetros, pero --me dije con alivio-- me quedaba todavía un libro entero. El problema fue que, una vez que empecé a leer, no pude parar. La ciudad seguía estando muy lejos, y las páginas que quedaban a la derecha del marcalibros cada vez eran menos.
Carlo Goldoni (Venecia, 1707 - París, 1793) es el Uno. No puedo decirlo de otra manera. Su sátira a la sociedad italiana de mediados del siglo XVIII, expresada magistralmente en la llamada 'Trilogía del veraneo', me ayudó a sobrellevar los avatares del camino, la espera en las estaciones de servicio, los largos minutos atrapados entre camiones.
Primera obra, 'La desesperación por el veraneo': Varias personas literalmente enloquecidas por irse de vacaciones. El tema no es tanto el descanso y el desenchufe como mantener las apariencias: ¡Todo el mundo se fue para afuera menos nosotros! ¿Qué van a pensar los demás? ¿Qué van a decir de nosotros? ¿Cómo vamos a estar todavía en la ciudad? No importa si no tenemos para pagar nuestras deudas, si los acreedores están literalmente instalados a la entrada de nuestra casa. ¿Cómo se atreve el sastre a no entregarnos el vestido, absolutamente fundamental para mantener nuestra imagen este verano, con la estúpida excusa de que ya tenemos una larga lista de obligaciones impagas con él? Lo importante es irnos de una vez, hacer vida social, que nuestra casa esté siempre llena de invitados (no importa si son parásitos), nunca acostarnos a dormir antes del amanecer, y quién dice que al final la timba (ocupación más digna que el trabajo) no nos depare algo de plata con la que hacer frente a nuestro pasivo.

Segunda obra, 'Las aventuras del veraneo': Ya estoy en régimen de racionamiento. Quedan dos días de viaje y me digo que hoy leeré la segunda y mañana la tercera. Nuestros personajes han llegado, finalmente y no sin contratiempos, a su lugar de veraneo: los parásitos se dan la gran vida a costa de sus anfitriones (sin dejar por eso de hablar mal de ellos), los jóvenes y no tan jóvenes pasan su tiempo en intrigas amorosas, alguno se lamenta débilmente de lo caro que sale esto de mantener las apariencias, y los únicos que exhiben algo de sentido común son los sirvientes, que tratan de vivir sus modestas vidas secundarias en las horas robadas de la mañana, cuando sus patrones acaban de irse a dormir. Goldoni rescató a esta clase social de su habitual papel ridículo en el teatro, y los convirtió en seres de carne y hueso, por cierto más 'pensantes' que sus empleadores.
La tercera obra, 'El regreso del veraneo' (que coincide con el nuestro), se me pasa como agua, bastante más rápido de lo que la camioneta consume los kilómetros. Las tan deseadas vacaciones han terminado, y todos están igual de insatisfechos y acosados por la falta de dinero que antes. Durante la temporada, una muchacha se ha dado cuenta de que se apresuró demasiado en aceptar a un pretendiente: en realidad, está enamorada de otro. Una mujer madura se ha obsesionado por un hombre más joven, que está más que dispuesto a corresponderla, siempre que medie una cierta 'donación'. Por otra parte, toda esa gentuza que nos provee de las cosas necesarias para la vida (ropa, azúcar, café, velas, etcétera) sigue insistiendo, en forma cada vez más impertinente, en cobrárnoslas. Parece que la única opción es la quiebra... a menos que un tío rico, con el que no hablamos hace años, acepte sacarnos las castañas del fuego.
Los últimos kilómetros los hice sin lectura, pero sin poder abandonar mi fascinación ante la vigencia y actualidad de la pluma ácida de Goldoni. Aunque tal vez no todo sea mérito del veneciano. La verdad es que el mundo no ha cambiado en absoluto.
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sábado, 3 de abril de 2010
Tragedia (casi) griega

Tras la irresistible premisa de un homicidio cometido en una aristocrática universidad de Nueva Inglaterra por un grupo de estudiantes de filología griega, encontramos un libro irregular. 'The Secret History', la primera novela de Donna Tartt, publicada en español como 'El secreto' por Plaza & Janés, atrapa a través de la creación de un escenario fascinante: una universidad que es, junto a los melancólicos paisajes de Vermont que la rodean (y que Tartt describe a la perfección), un personaje en sí misma; un profesor misterioso que sólo acepta enseñar a seis alumnos, quienes, además, deben renunciar a sus clases con cualquier otro docente; un grupo cerrado cuya apariencia sofisticada y 'cool' atrae al narrador, desesperado por formar parte de ese exclusivo núcleo; la pasión de los protagonistas por la literatura e historia de la Grecia antigua, que los llevará a intentar revivir antiguos rituales dionisíacos, con consecuencias nefastas para todos.

Dicho esto, la novela falla a varios niveles. Uno de ellos es el tratamiento insatisfactorio de Julian, el profesor: la autora pretende que creamos en su magnetismo, en la veneración que inspira a sus alumnos (para los que se convierte en una figura casi sobrehumana), en base a muy pocos elementos. También pretende, a la inversa, que comprendamos el interés del profesor en un grupo de jóvenes cuya ocupación principal es consumir fármacos y whisky, y que no siempre traen sus deberes hechos. Uno de estos jóvenes, Bunny, parece tener además serias dificultades de aprendizaje. ¿Por qué un profesor tan elitista y exigente los elegiría precisamente a ellos? Tartt no lo explica.
Tampoco ahonda en los detalles del viejo ritual báquico revivido por los estudiantes, y que opera como eje y desencadenante de todo el horror que contiene esta narración. Esta omisión, agravada por insinuaciones y alusiones vagas, resulta en una de las mayores carencias de 'The Secret History' --- especialmente por oposición a la exhaustividad con la que se enumeran los festines, borracheras y consumo de drogas de los protagonistas, que terminan por volverse reiterativos.
Otro elemento irritante es la ocasional incursión en clichés: los mellizos unidos por un vínculo que trasciende lo fraternal son un ejemplo.
Finalmente, desasosiega la ambigüedad temporal de la novela: ¿en qué época estamos? Las formas de hablar, de vestir, etc. que se describen parecerían apuntar a los años '50, pero de pronto leemos sobre la llegada del Hombre a la Luna (que, inverosímilmente, algunos de los personajes ignoran), sobre televisores, y finalmente sobre compact-discs... ¿estaremos en los '90? Esta incertidumbre acerca de las coordenadas temporales del libro, tal vez deliberada, es mencionada en muchas reseñas y también contribuye a la insatisfacción que éste genera en muchos puntos.
Una narración a la que, se ha dicho, le sobran alrededor de 200 páginas, y que fracasa en muchos aspectos; también, y a pesar de esto, una lectura absorbente, con connotaciones siniestras, que deja planteadas muchas preguntas sobre la naturaleza del mal.
martes, 16 de febrero de 2010
La hija de la lágrima

A quién no le gusta, en una tarde de lluvia, arroparse en el sofá del living (o, en mi caso, de la buhardilla) con una novela lacrimógena... Y si, además de lacrimógena, es muy entretenida (¡rara combinación!), llena de personajes tan vívidamente delineados que a uno le parece estar frente a ellos, y de diálogos no por improbables menos interesantes, mejor que mejor. Benito Pérez Galdós (1843 - 1920) tiene más de una similitud con Thomas Hardy: uno y otro fueron grandes expositores del naturalismo a uno y otro lado del Canal de la Mancha.
Marianela es uno de esos personajes infelices que los clásicos nos traen constantemente. Como Cosette, es hija de una prostituta y vive de la caridad de una familia ajena. Y si, a diferencia de la otra, no es abiertamente maltratada, tampoco recibe ninguna ternura. Completamente desprovista de educación, no sólo académica sino también moral y/o religiosa, llena con su imaginación todos los baches y vacíos que el mundo a su alrededor le presenta. Galdós la pinta como una especie de niña-mujer, tan fea como frágil, pero dueña sin embargo de una férrea voluntad.

Pablo, que adora a su amiga Marianela y la ve con los ojos de la mente, hace planes para casarse con ella en un futuro, y la lazarillo se atreve a dejarse llevar por esos sueños optimistas. Las cosas se complican cuando llega al pueblo Teodoro Golfín, 'self-made man' y médico, un personaje vivaz y bondadoso por cuya boca se expresan muchas de las opiniones personales del autor. Golfín es oftalmólogo y está dispuesto a intentar devolverle la vista a Pablo, cosa que, si llegara a suceder, podría tener enormes consecuencias no sólo para el beneficiado sino para su pequeña acompañante, Marianela.
En fin, una novela colorida, buen retrato del momento histórico en el que se desarrolla, y también de un autor que no perdona a la sociedad mezquina y retrógrada de su época.
Es una lástima que Marianela estuviera tan obsesionada con Pablo. Con esa irremediable predisposición a la desgracia, era la novia ideal para Jude el Oscuro.
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