viernes, 29 de enero de 2010

La mala racha


Jude Fawley es inteligente, trabajador y tiene aspiraciones intelectuales. Su sueño, atesorado desde la infancia junto a los manoseados libros que ha logrado reunir, es poder educarse. Contra este deseo --en apariencia modesto-- conspiran incansablemente el rígido sistema de clases de la Inglaterra victoriana y una moral social que lo mantiene atado a una mujer que no lo quiere, al tiempo que le prohibe unirse a la que realmente comparte sus ideales. A fines del siglo XIX, el lugar de un albañil seguía siendo el taller o la obra, nunca la universidad. Y el lugar de una mujer todavía se situaba en la cocina de un hombre con el que --a menos que fuera su padre o su hermano-- tenía que haber pasado por el Registro Civil. El 'ángel de la casa' era un ángel encadenado.

Partiendo de estas premisas, todos los intentos de superación de Jude, así como su relación de amor y compañerismo con su entusiasta y apasionada prima Sue, están condenados al fracaso. La mala racha, en su caso, durará toda la vida. Es prueba del talento de Thomas Hardy, y de la agudeza de la crítica social que formula, que los momentos melodramáticos de la historia (que son bastantes; se recomienda pañuelo) no logren convertir a 'Jude el oscuro' en un culebrón: la dignidad de los personajes neutraliza cualquier facilismo, y su lucha por salir adelante involucra al lector mucho más allá de las vueltas sorprendentes de la trama.

Es difícil hoy en día comprender la agresiva reacción que suscitó, en 1895, la publicación de la novela (un crítico la llamó 'Jude el obsceno'). Presumiblemente, lo que escandalizaba eran los trazos compasivos con que Hardy pintaba a una pareja que vivía en concubinato, y la franqueza (muy relativa para nuestros días) con la que se describía la vida sexual de los personajes. Es probable, también, que el albañil que quería liberarse de las constricciones de su clase social no haya caído bien a parte del público. La virulencia de estas reseñas fue una de las razones que llevó a Hardy a no escribir más novelas hasta su muerte en 1928.

Las peripecias de Jude y Sue nos ayudan a recordar que el camino hacia la igualdad de oportunidades ha sido arduo y espinoso, y todavía seguimos andándolo.

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