domingo, 10 de octubre de 2010

La pila junto a mi mesa de luz

Periódicamente soy intimada a remover, o al menos ordenar, la creciente pila de libros que avanza desde el suelo en sentido vertical, perpendicular a mi cama, paralelo a mi mesa de luz. La mayoría no han sido empezados, aunque algunos registran algún grado de avance. Todos me motivan, y su presencia en la pila indica mi plan de abordarlos en un futuro cercano. Como una vivienda a la que se agregan sucesivos pisos sin demasiada planificación ni control, la pila asciende. Es tenaz y resiliente. Con frecuencia, algún pie inadvertido da por tierra con la precaria torre, que se reconstruye, acto seguido, en un orden no siempre igual al de la original. A veces (como ahora), una pila muy alta se subdivide en varias más pequeñas. Lo que sigue es una descripción anatómica de la pila más cercana a mi cama, tal como se encuentra hoy, domingo 10 de octubre de 2010, a las 15.40 horas aproximadamente.

Uno ya empezado: Un banderín más en el equipaje, la crónica (¿real o ficticia?) de una cacería trasnacional de banderines de fútbol, en escenarios tan dispares como Ámsterdam y La Habana. El narrador, coleccionista de banderines, cae bien pronto en la cuenta de que el inglés, idioma universal de las comunicaciones, no ofrece una traducción satisfactoria para el objeto de su obsesión. Prepara entonces una pequeña frase explicativa (“it is a small flag, like a triangle”), que será pronunciada muchas veces –con distintos niveles de desesperación– en recónditas callejuelas de ciudades desconocidas, frente a personajes algunas veces solidarios y otras hostiles, mientras corren los minutos y su avión se acerca invariablemente a su hora de partida. Sica tiene buen ojo para caracterizar personas y lugares, y su mirada de forastero nunca es la de un turista de excursión. Un libro interesante para quienes, meses después, todavía sentimos un rescoldo de fervor celeste entibiándonos el pecho.

Hace tiempo que tengo ganas de leer narrativa distópica. La última fue, si no me equivoco, Nunca me abandones, de Ishiguro. Por eso me interesa Fabril, la novela con la que Horacio Cavallo ganó los Fondos Concursables en el 2009. Las dedicatorias son a menudo lo primero que miro en un libro, y la de éste me intriga: el legendario Ned Ludd y sus colegas destructores de telares, así como los ex compañeros de trabajo del autor en distintas empresas y “los explotados de siempre”. Todo apunta a una anti-utopía industrial, y, si las obras anteriores de Horacio sirven como indicio, probablemente tengamos acá una buena lectura.

Éste me sedujo con el título. Que las cosas fabriquen sus finales es un delgado volumen de poesía, con una tapa muy linda, que, abierto al azar, entrega estas líneas: “La aguja del rosal, la de la cerda, la de coser calceta, / la del pino / la aguja del pajar (…) un pequeño sostén, / una amatista en líquidos, canelas y tabacos // las agujas, tus álamos / piedralma la sombría y transparente / diente roto”. Me esperan sin duda otros hallazgos. Vuelvo a creer en mi serendipia.

Debajo de María está Jane. Buenas noticias para todos aquellos que sufren porque no les quedan más novelas de Jane Austen para leer: ¡no está todo perdido! Bajo el título de Selected Letters, la Oxford University Press ha editado buena parte de la correspondencia de la reina de las comedias de costumbres. No veo la hora de sumergirme en su escritura irónica y amena, en su mundo de remedios caseros, visitas en el vecindario y vacaciones en Bath. “Pequeñeces sin duda, pero muy importantes”, como decía la propia Jane refiriéndose a los temas que trata en sus cartas.

La tapa de mi nueva edición de los Complete Poems de Andrew Marvell luce la imagen inmortalizada (risible para nuestros tiempos) del Jardinero Real de Carlos II de Inglaterra, el aptamente llamado Mr. Rose, entregando a Su Majestad el primer ananá cultivado en suelo inglés. Detrás del ansioso jardinero arrodillado se extiende un impactante jardín formal, con una de las suntuosas residencias del monarca como fondo. La compleja riqueza del paisaje, lleno de ocultos significantes, es una válida representación de la intensidad de Marvell, el hombre que intentó convencer a su amada de que se le entregara advirtiéndole que, de lo contrario, “los gusanos [probarían] / esa largamente preservada virginidad”.

“Quisiera ver lo que verán los que vivan cuando Montevideo tenga un millón de habitantes”, dicen que dijo el poeta Zorrilla de San Martín. Y, a la inversa, la visión de los que nos precedieron siempre resulta fascinante. En 1888, Edward Bellamy trató de imaginar cómo sería Estados Unidos en el año 2000. En Looking Backward 2000 – 1887, un aristócrata del Boston de fines del s. XIX entra en un sueño hipnótico y despierta en nuestra época. Será mi primera incursión en la ciencia ficción desde que leí unos cuentos de J. G. Ballard hace ya un par de años.

El último libro en la pila es el mío. Mío en el sentido de escrito por mí. Me gusta, cada tanto, releer mis propios libros. Por qué los poetas ingleses quieren morir en Italia, una colección de microtextos (poesía y prosa),ya se encuentra en La Licorne, La Lupa, Pasionaria y varias otras librerías de Montevideo. Obviamente, no me corresponde a mí reseñarlo. Por eso, simplemente constato su presencia en la pila.

La pila en ficha

Un banderín más en el equipaje, de Martín Sica (Estuario, 2010)
Fabril, de Horacio Cavallo (Trilce, 2010)
Que las cosas fabriquen sus finales, de María Gravina (Estuario, 2010)
Selected Letters (cartas escogidas), de Jane Austen (Oxford World’s Classics, 2004)
The Complete Poems (poesía completa), de Andrew Marvell (Penguin Classics, 1996)
Looking Backward [mirando hacia atrás] 2000 – 1887, de Edward Bellamy (Oxford World’s Classics, 2007)
Por qué los poetas ingleses quieren morir en Italia, de Laura Chalar (En el aura del sauce, 2010)

martes, 28 de septiembre de 2010

Una carta desde Venecia

En agosto de 1818, recién llegado a Venecia, el poeta Shelley le escribe a su esposa Mary, que se ha quedado en Bagni di Lucca con los hijitos de ambos.

A la SEÑORA SHELLEY (BAGNI DI LUCCA).

Venecia, domingo por la mañana.

MI QUERIDA MARY,

Llegamos aquí anoche a las 12, y ahora es el momento antes del desayuno de la mañana siguiente. Por supuesto, no puedo decirte nada del futuro; y, aunque no cerraré esta carta hasta que sea la hora de enviar correo, no sé exactamente cuándo será eso. Pero, si estás muy impaciente, mira a lo largo de esta carta y verás otra fecha, en la que tal vez tenga algo para contar.

Vine aquí desde Padua en góndola, y el gondolero, entre otras cosas y sin que yo hubiera dicho nada, empezó a hablar de Lord Byron. Dijo que era un giovinotto inglese, con un nome stravagante, que vivía muy lujosamente y gastaba grandes sumas de dinero. Este hombre, según parece, fue uno de los gondoleros de Lord B. En cuanto llegamos a la posada, el mozo empezó a hablar de él—dijo que iba muy seguido a las conversazioni [tertulias] de la señora H.

Nuestro viaje de Florencia a Padua no tuvo nada que no te pueda contar en otra ocasión. En Padua, como te dije, tomamos una góndola—y salimos a las 3. Estas góndolas son los botes más hermosos y prácticos del mundo. Están bellamente alfombradas y amuebladas en negro, y pintadas de negro. Los asientos en los que uno se recuesta son extraordinariamente suaves, y tan bien hechos que son lo más cómodo para recostarse o sentarse. Las ventanas pueden tener, a gusto de cada uno, láminas de vidrio floreado venecianas, persianas venecianas o persianas de tela negra para tapar la vista. El tiempo aquí está muy frío—de hecho, a veces es cruel, y ayer empezó a llover. Cruzamos la laguna en mitad de la noche en una violentísima tormenta de viento, lluvia y relámpagos. Fue muy curioso observar los elementos en tan tremenda convulsión, y la superficie del agua casi calma; porque estas lagunas, aunque tienen un diámetro de cinco millas, espacio suficiente para hundir una góndola en una tormenta, son tan poco profundas que los barqueros las impulsan con una pértiga. El agua de mar, furiosamente agitada por el viento, brillaba con destellos estrellados. Venecia, por momentos oculta y luego revelada por la lluvia torrencial, brillaba opacamente con sus luces. En todo momento estuvimos seguros y cómodos. Bueno, adiós, mi querida: como dice la señorita Byron, retomaré la pluma por la noche.


Domingo de madrugada, 5 de la mañana.

Bueno, intentaré contarte todo en orden.

A las tres, fui a visitar a Lord Byron: quedó encantado de verme.

Me llevó en su góndola a través de la laguna a una larga isla arenosa, que defiende a Venecia del Adriático. Cuando desembarcamos, encontramos sus caballos esperándonos, y cabalgamos a lo largo de las arenas del mar, hablando. Nuestra conversación consistió en historias de sus sentimientos heridos, preguntas sobre mis asuntos y grandes expresiones de su amistad y aprecio hacia mí. Dijo que si él hubiera estado en Inglaterra al tiempo del juicio [por el cual se le quitó a Shelley la patria potestad sobre los hijos de su primer matrimonio], habría movido cielo y tierra para evitar tal decisión. Hablamos de temas literarios, de su Cuarto Canto [de “La peregrinación de Childe Harold”, poema narrativo de Byron], que, según dice, es muy bueno, y de hecho me repitió algunas estrofas de gran energía. Cuando volvimos a su palacio, el cual,

* * * (Aquí la carta está rota.)

Los Hoppner [el cónsul británico en Venecia y su esposa] son la gente más afable que yo haya conocido. Se quieren mucho, y tienen un lindo bebito de siete meses. El Sr. H. pinta maravillosamente, y esta excursión, que acaba de postergar, era una expedición a los Alpes Julianos, en esta zona—para bosquejar, para hacer algo en invierno. Tiene sólo dos semanas de vacaciones, y ha sacrificado dos días de ellas por desconocidos a quienes nunca vio antes. La Sra. H. tiene ojos color avellana y una apariencia dulce.

(Papel roto.)

Bueno, pero el tiempo apremia; ahora voy al banco para enviarte dinero para el viaje, que te giraré al correo de Florencia. Por favor ven inmediatamente a Este, donde esperaré tu llegada con la mayor ansiedad. Puedes empacar en cuanto recibas esta carta, y usar el día siguiente para eso. Al otro día, levántate a las cuatro y ve en coche de postas a Lucca, donde llegarás a las seis. Luego tómate un vetturino [coche de alquiler] a Florencia, para llegar esa misma noche. De Florencia hasta Este hay un viaje de tres días en vetturino—y no creo que puedas hacerlo más rápido en coche de postas. Haz que Paolo [el sirviente] te lleve a posadas buenas, porque nosotros encontramos algunas malísimas, y por favor evita la de Tre Mori en Bolonia, perchè vi sono cose inespressibili nei letti [porque hay cosas que no se pueden ni mencionar en las camas – sin duda chinches o pulgas]. No creo que puedas, pero intenta llegar de Florencia a Bolonia en un día. No tomes el coche de postas, porque no es mucho más rápido y sí muy caro. Me he visto obligado a decidir todo esto sin ti: he tratado de hacer lo mejor – y, mi Mary adorada, debes venir pronto y retarme si he actuado mal, y besarme si he actuado bien—porque te juro que no sé—y sólo el resultado lo demostrará. Al menos nos habremos ahorrado el problema de las presentaciones, y he conocido a una dama que es tan buena, tan hermosa, tan angélicamente dulce, que si fuera igual de sensata, sería una verdadera ***. Sus ojos son como un reflejo de los tuyos. Sus modales son como los tuyos cuando conoces y aprecias a una persona.

¿Sabes, amor, cómo se escribió esta carta? Por trocitos y retazos, interrumpida a cada minuto. Ahora ha llegado la góndola para llevarme al banco. Este es un lugar pequeño, y la casa se encuentra sin dificultad. Contaré cuatro días para estar carta, un día para empacar y cuatro para llegar aquí—y al noveno o décimo día estaremos juntos.

Es muy tarde para el correo—pero mando un expreso para que lo alcance. Adjunto una orden por cincuenta libras. ¡Si supieras todo lo que tuve que hacer!—

Amor querido, que estés bien, que seas feliz, que vengas a mí—confía en tu fiel y afectuoso

P. B. S.

Dale besos de mi parte a mis chiquitos de ojos azules, y no dejes que William me olvide. Clara no se acuerda de mí.

Traducción: Laura Chalar

sábado, 7 de agosto de 2010

Abuelito dime tú...

Después de ser juzgado y condenado a prisión por 'gross indecency' (indecencia grave o, mejor aun, atentado a la moral pública) en mayo de 1895, Oscar Wilde no volvió a ver a sus hijos, Cyril, de 9 años, y Vyvyan, de 8. Para protegerlos del escándalo, su madre les cambió el apellido por el de Holland, y no permitió un reencuentro con el padre cuando éste salió de la cárcel dos años después. Cyril moriría joven, en la Primera Guerra Mundial, mientras que Vyvyan alcanzó una avanzada edad.

El único hijo de Vyvyan, Merlin Holland, es a su vez el único nieto de Oscar Wilde, y ha asumido el rol de curador y editor de la obra de su abuelo.

Producto de este trabajo de amor y respeto es la selección de cartas de Oscar Wilde titulada 'Oscar Wilde: a Life in Letters', que nos muestra las mejores y peores facetas del irlandés: del lado 'soleado', el ingenio que lo hizo famoso en los círculos de la alta sociedad, la agudeza de su crítica social, el zenit de una inteligencia brillante; en el lado oscuro, su egoísmo e ingratitud para con los pocos amigos que, en el trance más amargo de su vida, siguieron a su lado e intentaron ayudarlo en lo espiritual y en lo económico. A través de las cartas, seguimos a Wilde desde su adolescencia hasta las puertas de la muerte, que lo alcanzó, destrozado por las humillaciones y las pérdidas, a los 46 años de edad.

Merlin Holland también ha publicado una transcripción de las audiencias del primero de los juicios que sellaron el destino de Wilde. Lo que comenzó como un proceso por difamación contra el padre de su amante, que lo había tildado de 'sodomita', se convirtió rápidamente en un juicio contra el propio Wilde. El promotor del proceso se transformó en acusado, y a las actuaciones por él instigadas contra el Marqués de Queensberry seguirían otras donde él mismo se vería en el banquillo. En 'The Real Trial of Oscar Wilde', el nieto del escritor nos hace entrar de lleno en la sala de audiencias de un tribunal victoriano, donde aun las más privadas acciones de las personas estaban sujetas a la autoridad del magistrado.

Más de cien años después de redactadas, las cartas de Wilde nos traen al escritor en toda su inteligencia y complejidad, y las actas del proceso que inició de modo tan imprudente nos trazan vertiginosamente el trágico arco de su caída.

viernes, 30 de abril de 2010

Lo esencial es lo visible a los ojos


La vuelta de las vacaciones era de más de 1200 kilómetros, pero --me dije con alivio-- me quedaba todavía un libro entero. El problema fue que, una vez que empecé a leer, no pude parar. La ciudad seguía estando muy lejos, y las páginas que quedaban a la derecha del marcalibros cada vez eran menos.
Carlo Goldoni (Venecia, 1707 - París, 1793) es el Uno. No puedo decirlo de otra manera. Su sátira a la sociedad italiana de mediados del siglo XVIII, expresada magistralmente en la llamada 'Trilogía del veraneo', me ayudó a sobrellevar los avatares del camino, la espera en las estaciones de servicio, los largos minutos atrapados entre camiones.
Primera obra, 'La desesperación por el veraneo': Varias personas literalmente enloquecidas por irse de vacaciones. El tema no es tanto el descanso y el desenchufe como mantener las apariencias: ¡Todo el mundo se fue para afuera menos nosotros! ¿Qué van a pensar los demás? ¿Qué van a decir de nosotros? ¿Cómo vamos a estar todavía en la ciudad? No importa si no tenemos para pagar nuestras deudas, si los acreedores están literalmente instalados a la entrada de nuestra casa. ¿Cómo se atreve el sastre a no entregarnos el vestido, absolutamente fundamental para mantener nuestra imagen este verano, con la estúpida excusa de que ya tenemos una larga lista de obligaciones impagas con él? Lo importante es irnos de una vez, hacer vida social, que nuestra casa esté siempre llena de invitados (no importa si son parásitos), nunca acostarnos a dormir antes del amanecer, y quién dice que al final la timba (ocupación más digna que el trabajo) no nos depare algo de plata con la que hacer frente a nuestro pasivo.
Suena conocido, ¿no? Lo increíble es que fue escrito en 1761.
Segunda obra, 'Las aventuras del veraneo': Ya estoy en régimen de racionamiento. Quedan dos días de viaje y me digo que hoy leeré la segunda y mañana la tercera. Nuestros personajes han llegado, finalmente y no sin contratiempos, a su lugar de veraneo: los parásitos se dan la gran vida a costa de sus anfitriones (sin dejar por eso de hablar mal de ellos), los jóvenes y no tan jóvenes pasan su tiempo en intrigas amorosas, alguno se lamenta débilmente de lo caro que sale esto de mantener las apariencias, y los únicos que exhiben algo de sentido común son los sirvientes, que tratan de vivir sus modestas vidas secundarias en las horas robadas de la mañana, cuando sus patrones acaban de irse a dormir. Goldoni rescató a esta clase social de su habitual papel ridículo en el teatro, y los convirtió en seres de carne y hueso, por cierto más 'pensantes' que sus empleadores.
La tercera obra, 'El regreso del veraneo' (que coincide con el nuestro), se me pasa como agua, bastante más rápido de lo que la camioneta consume los kilómetros. Las tan deseadas vacaciones han terminado, y todos están igual de insatisfechos y acosados por la falta de dinero que antes. Durante la temporada, una muchacha se ha dado cuenta de que se apresuró demasiado en aceptar a un pretendiente: en realidad, está enamorada de otro. Una mujer madura se ha obsesionado por un hombre más joven, que está más que dispuesto a corresponderla, siempre que medie una cierta 'donación'. Por otra parte, toda esa gentuza que nos provee de las cosas necesarias para la vida (ropa, azúcar, café, velas, etcétera) sigue insistiendo, en forma cada vez más impertinente, en cobrárnoslas. Parece que la única opción es la quiebra... a menos que un tío rico, con el que no hablamos hace años, acepte sacarnos las castañas del fuego.
Los últimos kilómetros los hice sin lectura, pero sin poder abandonar mi fascinación ante la vigencia y actualidad de la pluma ácida de Goldoni. Aunque tal vez no todo sea mérito del veneciano. La verdad es que el mundo no ha cambiado en absoluto.

sábado, 3 de abril de 2010

Tragedia (casi) griega


Tras la irresistible premisa de un homicidio cometido en una aristocrática universidad de Nueva Inglaterra por un grupo de estudiantes de filología griega, encontramos un libro irregular. 'The Secret History', la primera novela de Donna Tartt, publicada en español como 'El secreto' por Plaza & Janés, atrapa a través de la creación de un escenario fascinante: una universidad que es, junto a los melancólicos paisajes de Vermont que la rodean (y que Tartt describe a la perfección), un personaje en sí misma; un profesor misterioso que sólo acepta enseñar a seis alumnos, quienes, además, deben renunciar a sus clases con cualquier otro docente; un grupo cerrado cuya apariencia sofisticada y 'cool' atrae al narrador, desesperado por formar parte de ese exclusivo núcleo; la pasión de los protagonistas por la literatura e historia de la Grecia antigua, que los llevará a intentar revivir antiguos rituales dionisíacos, con consecuencias nefastas para todos.

Dicho esto, la novela falla a varios niveles. Uno de ellos es el tratamiento insatisfactorio de Julian, el profesor: la autora pretende que creamos en su magnetismo, en la veneración que inspira a sus alumnos (para los que se convierte en una figura casi sobrehumana), en base a muy pocos elementos. También pretende, a la inversa, que comprendamos el interés del profesor en un grupo de jóvenes cuya ocupación principal es consumir fármacos y whisky, y que no siempre traen sus deberes hechos. Uno de estos jóvenes, Bunny, parece tener además serias dificultades de aprendizaje. ¿Por qué un profesor tan elitista y exigente los elegiría precisamente a ellos? Tartt no lo explica.
Tampoco ahonda en los detalles del viejo ritual báquico revivido por los estudiantes, y que opera como eje y desencadenante de todo el horror que contiene esta narración. Esta omisión, agravada por insinuaciones y alusiones vagas, resulta en una de las mayores carencias de 'The Secret History' --- especialmente por oposición a la exhaustividad con la que se enumeran los festines, borracheras y consumo de drogas de los protagonistas, que terminan por volverse reiterativos.
Otro elemento irritante es la ocasional incursión en clichés: los mellizos unidos por un vínculo que trasciende lo fraternal son un ejemplo.
Finalmente, desasosiega la ambigüedad temporal de la novela: ¿en qué época estamos? Las formas de hablar, de vestir, etc. que se describen parecerían apuntar a los años '50, pero de pronto leemos sobre la llegada del Hombre a la Luna (que, inverosímilmente, algunos de los personajes ignoran), sobre televisores, y finalmente sobre compact-discs... ¿estaremos en los '90? Esta incertidumbre acerca de las coordenadas temporales del libro, tal vez deliberada, es mencionada en muchas reseñas y también contribuye a la insatisfacción que éste genera en muchos puntos.
Una narración a la que, se ha dicho, le sobran alrededor de 200 páginas, y que fracasa en muchos aspectos; también, y a pesar de esto, una lectura absorbente, con connotaciones siniestras, que deja planteadas muchas preguntas sobre la naturaleza del mal.

martes, 16 de febrero de 2010

La hija de la lágrima


A quién no le gusta, en una tarde de lluvia, arroparse en el sofá del living (o, en mi caso, de la buhardilla) con una novela lacrimógena... Y si, además de lacrimógena, es muy entretenida (¡rara combinación!), llena de personajes tan vívidamente delineados que a uno le parece estar frente a ellos, y de diálogos no por improbables menos interesantes, mejor que mejor. Benito Pérez Galdós (1843 - 1920) tiene más de una similitud con Thomas Hardy: uno y otro fueron grandes expositores del naturalismo a uno y otro lado del Canal de la Mancha.
Marianela es uno de esos personajes infelices que los clásicos nos traen constantemente. Como Cosette, es hija de una prostituta y vive de la caridad de una familia ajena. Y si, a diferencia de la otra, no es abiertamente maltratada, tampoco recibe ninguna ternura. Completamente desprovista de educación, no sólo académica sino también moral y/o religiosa, llena con su imaginación todos los baches y vacíos que el mundo a su alrededor le presenta. Galdós la pinta como una especie de niña-mujer, tan fea como frágil, pero dueña sin embargo de una férrea voluntad.
La única persona que demuestra interés (demasiado) por Marianela es Pablo, un muchacho rico, pero desafortunadamente ciego, al que ella hace de lazarillo. A pesar de su condición, Pablo (por oposición a Marianela) tiene nociones muy firmes de la realidad: su padre se ha esmerado en moldear su inteligencia y su sensibilidad, en un contraste con la situación de su acompañante que Pérez Galdós (para quien la educación socio-moral de los pueblos era un tema capital) no se cansa de remarcar.
Pablo, que adora a su amiga Marianela y la ve con los ojos de la mente, hace planes para casarse con ella en un futuro, y la lazarillo se atreve a dejarse llevar por esos sueños optimistas. Las cosas se complican cuando llega al pueblo Teodoro Golfín, 'self-made man' y médico, un personaje vivaz y bondadoso por cuya boca se expresan muchas de las opiniones personales del autor. Golfín es oftalmólogo y está dispuesto a intentar devolverle la vista a Pablo, cosa que, si llegara a suceder, podría tener enormes consecuencias no sólo para el beneficiado sino para su pequeña acompañante, Marianela.
En fin, una novela colorida, buen retrato del momento histórico en el que se desarrolla, y también de un autor que no perdona a la sociedad mezquina y retrógrada de su época.
Es una lástima que Marianela estuviera tan obsesionada con Pablo. Con esa irremediable predisposición a la desgracia, era la novia ideal para Jude el Oscuro.

martes, 2 de febrero de 2010

¿Qué quiere usted de mí?


Uno de los temas que más interesaba al marqués de Sade (y no sólo en el plano teórico) era la corrupción de la inocencia. Ese es uno de los varios temas que toca en su novela corta --o cuento largo-- 'Ernestine' (1791), donde dos depravados, el conde de Oxtiern y la viuda Scholtz, se dedican a arruinarle la vida a una pareja de novios, Ernestine y Herman. El conde desea a Ernestine, la viuda a Herman. De ahí a unir esfuerzos para vengarse de los desaires sufridos hay apenas un paso.

La oposición de una dupla de inmorales versus una de jóvenes puros recuerda al enfrentamiento del binomio Valmont-Merteuil contra los enamorados Cécile y Danceny en 'Las relaciones peligrosas' de Laclos, libro que seguramente Sade había leído. Pero aquí, a diferencia de en 'Las relaciones...', los muchachos son tan inocentes que por momentos parecen tontos: uno tiene ganas de sacudirlos y explicarles que --para utilizar una expresión que a Sade le hubiera gustado-- están en el horno.


Estamos frente a una mezcla de relato gótico y novela libertina. De lo primero tenemos los héroes castos, el villano siniestro, un palacio oscuro, quizá incluso el escenario surrealista de una mina de hierro que es una ciudad bajo la ciudad, con sus 'calles, casas, templos, posadas ... policía y jueces' (descripción que Sade, que nunca había estado en Suecia, tomó de relatos de viajeros repetidos por el abate Prévost, que tampoco había ido). De la novela libertina tenemos el argumento clásico de la depravación en lucha permanente con la virtud.

Los diálogos, todo hay que decirlo, son acartonados y una pizca melodramáticos. Ernestine, recién violada por Oxtiern, le asegura que no lo denunciará: '¡Oh, no! Este es el tipo de afrenta por la cual una mujer jamás debe reclamar... no podría hacerlo sin envilecerse a sí misma, y confesiones que la obligarían a sonrojarse perturbarían mucho más su pudor de lo que las reparaciones que recibiera satisfarían su venganza...' Pero, a pesar de esto, la novela es de lectura rápida y entretenida... de verano, podría decirse, aunque transcurre en la gélida Suecia.

Pese a ser obra de un autor recordado más que nada por sus relatos pornográficos, 'Ernestine' es apta para todo público (o casi). No hay aquí ninguna de las descripciones casi científicas de actos perversos que encontramos en otros de sus relatos. Apenas una escena de 'acceso carnal', que se relata en forma elíptica y ocupa apenas un párrafo. Lo que sí hay, y es mucho más interesante, es un planteo inusual de Sade acerca de la reparación de los delitos y la rehabilitación de los delincuentes y antisociales. En el tratamiento que recibe el conde de Oxtiern por parte de quienes dispensan justicia resuenan ecos de las ideas del principal reformador penal del Iluminismo, Cesare Beccaria, cuya obra clave, 'De los delitos y de las penas', había aparecido en 1764 y fue sin duda conocida por Sade. El marqués claramente piensa que la pena de muerte no brinda satisfacción a las víctimas ni castigo adecuado a los delincuentes --- y, además, que priva a la sociedad de los beneficios que podría derivar de la rehabilitación de estos últimos. También tiene bastante para decir sobre el perdón y su función terapéutica, renovadora y restauradora.

No será Disney, pero tampoco es el Sade hard-core: es un Sade distinto, que se aleja de la actividad copulativa de sus protagonistas para plantear cuestiones éticas y sociales que mantienen su vigencia.

domingo, 31 de enero de 2010

Porque te quiero te aporreo


Cuando se casó con Sofía Andreyevna Behrs ('Sonia') en 1862, León Tolstoy tenía 34 años y venía de una relación sentimental con una sierva que vivía en sus tierras, una mujer casada que le había dado un hijo. Sonia, por su parte, tenía 18 años y había sido criada, como todas las muchachas de su clase y su tiempo, en un ambiente de protección e inocencia. Deseoso de comenzar su matrimonio en pie de total sinceridad, Tolstoy (al igual que uno de sus personajes en 'Ana Karenina') tuvo la desatinada idea de darle a leer sus diarios a su futura esposa. El golpe para Sonia fue tremendo: aquellas páginas relataban sin tapujos la vida sexual del hombre con el que en un par de días se estaría casando, y --quizá más terrible-- sus sentimientos por otras mujeres.

Sonia nunca se recuperó de sus celos de Axinia, la campesina de la que León había estado tan enamorado que, medio siglo después de aquel romance, seguía recordándola con ternura. Y si la voz de Axinia, que era probablemente analfabeta, no nos ha llegado (como tampoco su rostro), Sonia Tolstoy sí se hizo oír, a través de sus escritos, a lo largo de muchos años. Los diarios de León y Sonia, escritos a veces como catarsis privada, y a veces para ser leídos por el otro, son la crónica fiel de esta relación donde el amor y el odio pugnaron por la primacía durante 48 años. El libro de William Shirer 'Love and Hatred: The Stormy Marriage of Leo and Sonya Tolstoy' cita abundantemente estos documentos, así como las cartas de los esposos, sus hijos y otros protagonistas, para seguirlos a través de su largo periplo.

Los celos no eran el único problema. Hacia la mitad de su vida, Tolstoy sufrió una profunda crisis moral y religiosa, a raíz de la cual decidió 'liberar' sus obras al dominio público y pasar a llevar una vida mucho más austera. Comprensiblemente, Sonia se oponía a la pérdida de la principal fuente de ingresos de la familia (tuvieron 13 hijos en total) y al cambio forzoso que la nueva moral de Tolstoy le imponía a todos sus allegados. La cosa se complicó con la llegada de Vladimir Chertkov, un 'discípulo' de Tolstoy que llegó a ejercer una influencia verdaderamente siniestra sobre el escritor y no cejaba en sus intentos por apartarlo de su esposa.


El final de la historia es conocido: llegada la relación a un punto crítico, con peleas constantes, amenazas de suicidio y recriminaciones violentas, Tolstoy, 'manijeado' por una de sus hijas y el venenoso Chertkov, huye de su casa y de su mujer en medio de la noche. Algunos días después, muere en la remota estación de tren de Astapovo, a consecuencia de una neumonía atrapada en un vagón insalubre. A la pobre Sonia no se le permitió ver a su marido hasta que éste ya estaba inconsciente.

Este año se cumplen 100 años de la muerte de Tolstoy. Buena ocasión para leerlo o releerlo, y también para conocer la historia de su complicado matrimonio con una mujer inteligente y voluntariosa.

viernes, 29 de enero de 2010

La mala racha


Jude Fawley es inteligente, trabajador y tiene aspiraciones intelectuales. Su sueño, atesorado desde la infancia junto a los manoseados libros que ha logrado reunir, es poder educarse. Contra este deseo --en apariencia modesto-- conspiran incansablemente el rígido sistema de clases de la Inglaterra victoriana y una moral social que lo mantiene atado a una mujer que no lo quiere, al tiempo que le prohibe unirse a la que realmente comparte sus ideales. A fines del siglo XIX, el lugar de un albañil seguía siendo el taller o la obra, nunca la universidad. Y el lugar de una mujer todavía se situaba en la cocina de un hombre con el que --a menos que fuera su padre o su hermano-- tenía que haber pasado por el Registro Civil. El 'ángel de la casa' era un ángel encadenado.

Partiendo de estas premisas, todos los intentos de superación de Jude, así como su relación de amor y compañerismo con su entusiasta y apasionada prima Sue, están condenados al fracaso. La mala racha, en su caso, durará toda la vida. Es prueba del talento de Thomas Hardy, y de la agudeza de la crítica social que formula, que los momentos melodramáticos de la historia (que son bastantes; se recomienda pañuelo) no logren convertir a 'Jude el oscuro' en un culebrón: la dignidad de los personajes neutraliza cualquier facilismo, y su lucha por salir adelante involucra al lector mucho más allá de las vueltas sorprendentes de la trama.

Es difícil hoy en día comprender la agresiva reacción que suscitó, en 1895, la publicación de la novela (un crítico la llamó 'Jude el obsceno'). Presumiblemente, lo que escandalizaba eran los trazos compasivos con que Hardy pintaba a una pareja que vivía en concubinato, y la franqueza (muy relativa para nuestros días) con la que se describía la vida sexual de los personajes. Es probable, también, que el albañil que quería liberarse de las constricciones de su clase social no haya caído bien a parte del público. La virulencia de estas reseñas fue una de las razones que llevó a Hardy a no escribir más novelas hasta su muerte en 1928.

Las peripecias de Jude y Sue nos ayudan a recordar que el camino hacia la igualdad de oportunidades ha sido arduo y espinoso, y todavía seguimos andándolo.

miércoles, 27 de enero de 2010

El rico patrimonio de los orientales



Estamos experimentando un redescubrimiento de los escritores japoneses, liderados por el boom de ventas Haruki Murakami. Es difícil hacer una composición grupal de estos escritores, pero una de las mejores consecuencias de este creciente interés del lector de habla hispana por su obra es que permite, sin dejar de lado a los autores más recientes del Japón, recuperar a sus sorprendentes clásicos.

Dentro de este variado grupo está el que quizá sea --junto a Yukio Mishima-- el autor de mayor relieve y profundidad emotiva entre ellos: Yasunari Kawabata, nacido en 1899 y muerto en 1972 (se cree que por su propia mano).



'País de nieve', una novela delicadísima, hondamente conmovedora a pesar de la (aparente) sencillez de sus recursos, cuenta la relación entre Shimamura, un comerciante de Tokio, y Komako, la casi adolescente 'geisha de balneario' que vive y trabaja en una estación termal perdida en las montañas. El paisaje invernal es más que un simple escenario o contexto en este libro: es un personaje más, que marca el ritmo de este idilio agridulce, señala sus ciclos marcados por las visitas anuales de Shimamura, y envuelve a la pareja en un silencio cada vez más cargado de tensiones, hasta la precipitación del desenlace.

martes, 26 de enero de 2010

¿Cómo se vive con el frío en el alma?


Bueno, parece que no sólo Cristian Castro se hizo esta pregunta: Andrew Miller también. Y el resultado es su espectacular novela 'Ingenious Pain' (publicada en español como 'El insensible'), que --a pesar de algunas irregularidades, propias quizá de un primer libro-- está definitivamente en mi Top Five del 2009. Concebido sobre un río congelado en el crudo invierno de 1739, James Dyer es un prodigio (o monstruosidad) de la naturaleza: un hombre incapaz de sentir dolor. Esta cualidad, explotada de diversas maneras por él y por otras personas a lo largo de la novela, lo convierte en un excelente cirujano cuya mano jamás tiembla, pero lo priva de cualquier asomo de calidez humana. El viaje de James hacia una posible sensibilidad que lo acerque al resto de sus congéneres le llevará toda una vida; para nosotros será un viaje a través del Siglo de las Luces, con su abigarrada panoplia de personajes y mentalidades, con su esperanzado iluminismo y sus brutales contrastes. Un libro que recuerda en algunas cosas al tremendo 'Perfume' de Süskind, pero es más poético (véase la maravillosa escena en el palacio de Catalina de Rusia) y tal vez más ambicioso en su retrato de una época a través de la vida de un individuo extraordinario.

lunes, 25 de enero de 2010

La agonía y el éxtasis


La hermana Juan de la Cruz (sí, ya sé que suena raro), monja carmelita en un convento de California, disfruta --para envidia de algunas de sus compañeras-- experiencias místicas maravillosas, apenas enturbiadas por las severas migrañas que las acompañan. Cuando un médico diagnostica epilepsia, el dictamen enfrenta a la hermana Juan a las 'trampas de la fe', llevándola a cuestionarse su experiencia de la divinidad y, más profundamente, su propia vocación religiosa. ¿Qué pasa si esa increíble cercanía a Dios no fuera más que el producto de la enfermedad? ¿Invalida esto la experiencia? ¿Qué sentido tiene la vida en el convento una vez que se ha perdido esa dimensión que todo lo embellece?

Esas son algunas de las preguntas que formula Mark Salzman en 'Lying Awake' ('Despierta'), una interesante novela breve escrita en registro sumamente austero y luminoso. Las contras: personajes secundarios monodimensionales, acartonados, y un cierto tono condescendiente, casi 'for dummies', en la descripción de la vida en el convento. Reseñas en Amazon señalan los múltiples errores en este punto. No habiendo ingresado jamás a la vida monacal, no puedo informar al respecto. Espero que las escenas de flagelación sean una licencia poética.